O cómo sobreviví a mis mellizas (parte I)
Hace pocos días se cumplieron 8 meses desde el nacimiento de mis pequeñas dragonas o hooligans o babies o gordis o cualquiera de los apodos que utilizamos en casa para nombrar a este par de monstruitas que han venido a poner nuestra vida del revés. 8 meses sin dormir, sin tiempo para absolutamente nada, 8 meses de pañales cacorreados, de llantos diurnos y nocturnos, de risas diurnas y nocturnas también, 8 meses de 5 en una habitación sudando la gota gorda, porque la “mayor” también se apunta a la fiesta nocturna, claro. 8 meses de comprar antiojeras al por mayor, 8 meses sin conseguir leer más de 2 páginas seguidas, 8 meses de ir tarde a todas partes y en todo, 8 meses que nos han hecho envejecer 10 años. 8 meses que han pasado volando y que no cambiaríamos por nada 😉
¿Quieres saber cómo se sobrevive a algo así? 🙂 muy fácil,
Renunciando a la perfección
Sí, sí, el que diga que al tener hijos no se renuncia a nada, miente. Y no te digo ya teniendo más de uno. Renuncias, sí. A un montón de cosas. Renuncias a improvisar una cena fuera, a ir al cine, a irte un fin de semana con una bolsa de mano, a dormir hasta tarde, a tener tiempo para mirar el vacío y no pensar en nada o pensar en todo. Renuncias a tener tiempo para no hacer nada, a procrastinar, a leer los ingredientes de la caja de cereales, a mirar por la ventana (cómo, echo de menos ese tiempo…). Que sí, que sí, que ganas un montón de cosas también, si no nadie tendría hijos y mucho menos repetiría, porque el ser humano es de tropezar con la misma piedra, pero tampoco tanto… Ganas un montón de cosas maravillosas, ganas fascinación por la vida, ganas AMOR en mayúsculas como nunca antes habías conocido, ganas aprendizaje y ganas de ser mejor y además tienes diversión garantizada. Un montón de cosas. Ahora bien, si dedicas una media de 20h al día a cuidar de tus churumbeles verás que si quieres leer, trabajar, hacer álbumes de fotos, mirar a tu pareja a los ojos y charlar (me parto de risa), ver tu serie favorita, cocinar algo más elaborado que verdura hervida o hacer ganchillo, tener un huerto urbano, hacer pilates o todos esos proyectos que has visto marchitarse uno tras otro y que (no te engañes) con lo cansada que estás miras de reojo sin ninguna gana…
Pues eso, verás que es imposible. Por muy de letras que seas, es un cálculo fácil. No hay tiempo. Hay que asumirlo sin frustración y redistribuir las prioridades, ya está, no hay secretos, es la única forma de subsistir sin caer en una depresión 😉 Hay que cambiar el chip y abrazar esta tragicómica nueva etapa de tu vida con humor, compañerismo, vitalidad, cafeína e ilusión. Esa es mi receta imperfecta para personas imperfectas con hijos imperfectos y situaciones imperfectas. Nuestra vida no es de anuncio de la tele, nuestras camisetas no son blanco nuclear ni se puede comer en nuestro suelo de lo limpio que está (eso sí, comida encuentras por todas partes 😉 ), ni lucimos un rostro descansado, ni estamos eternamente de buen humor, ni tenemos sonrisa Profindent, ni hijos bien peinados con ropas sin arrugas. Todo lo contrario, nuestra vida es un divertido y frenético caos por el que navegamos como podemos, nuestra vida es real, ni es un anuncio ni una novela ni una idea, simplemente es. Simplemente la agarramos fuerte con las manos, la vivimos y no nos comparamos ni nos exigimos perfecciones imposibles.
280 días y 500 noches. Muy bueno! Felicidades y muchos ánimos!
Vivir esos momentos plenamente es importante, porque por muy agobiantes que sean, es posible que en unos años te des cuenta -tal como comenta la autora- que los echas de menos y eran los mejores.