Hace unos pocos días, en una de esas muchas mañanas en las que me encontraba hecha polvo, en las que me dolía la espalda como si hubiera estado durmiendo encima de piedras, en las que sí, lo sé, gracias por recordármelo, tenía mala cara, porque encima me dolía la cabeza y sí, lo que más ansiaba en la vida no era dejarme querer por mis retoños ni plantarme delante del ordenador, si no instalarme en una habitación del pánico insonorizada con una cama, un libro, música y un pijama sin olor de leche regurgitada…
Pues en una de esas comunes mañanas, un gritito malhumorado me saca de mi ensoñación. Y tras unas 2.5h intentando salir de casa por fin lo conseguimos, y por fin parece que hay un poco de paz, las peques van a lo suyo con sus misteriosos pensamientos, la boca siempre llena con algún muñeco eco-bonito (aunque luego, si tengo que ser sincera, prefieren comerse los calcetines o las cajas de cartón) y los pájaros cantan y las nubes se levantan y la vida nos sonríe.
En fin, que ahí vamos, bajo el agradable sol de primavera, cargándonos de Vitamina D, con nuestro panzer gemelar último modelo, y se nos para una señora con su hija. Cojo aire y me preparo para lo peor. Pero no. También tiene gemelos. Felicidades. De dos años. Las mías de casi 9 meses. Felicidades. A mí me dan el pésame por la calle. A mí también. La gente es increíble. Ni que lo digas. Estoy harta. Y yo. Mal de muchos. Sonrisa de empatía. Sonrisa de comprensión. Adiós. Adiós.
Y esto me lleva al turno de los ruegos. Por favor, un poco de respeto, sé que no todos lo hacéis, y si lo hacéis, no lo hacéis con mala intención, pero basta de miradas escurridizas, de reojo o directas, no hemos salido del zoo. Basta de ojos en blanco, de cuchicheos y de darnos el pésame. No os paséis. Estamos cansadas, sí, como cualquier madre-padre con un bebé a su cargo, quizá lo estamos algo más, pero somos felices, y mucho, más de lo que puedas imaginar. Porque tenemos la suerte de vivir algo único, para lo bueno y para lo malo. Ni mejor ni peor. Sólo diferente 😉 .
Si crees que ver cómo se relacionan entre ellos, cómo se quitan el chupete, cómo se lo contagian todo, cómo se estiran el pelo, cómo conversan en bebil, cómo se sonríen el uno al otro y lloran por empatía para deleite de nuestros castigados oídos 😉 no compensa cada segundo, estás muy equivocado. Cuando nos veas por la calle arrastrando nuestros carritos gigantes piensa en esto. No somos desgraciadas, somos afortunadas. Así que por favor, si no tienes nada agradable que decir, no digas nada, la parte oscura la conocemos mejor que tú, no digas nada, no tienes ninguna necesidad, no nos conocemos. Y si quieres decir algo, simplemente di FELICIDADES y alégrate de nuestra suerte.
Recuerda que todos nuestros hijos son maravillosos, vengan solos o acompañados, sanos o enfermos, con todos sus cromosomas o con falta de alguno. Nuestros hijos son una de las mejores partes de nuestra vida. Y para las madres y padres de mellizos, gemelos, trillizos, etcétera, también, no lo dudes ni un instante. 🙂
Una abraçada pel Hein, un d’aquests nens meravellosos que tenim la sort de tenir a prop.
Genial Alexa!!!👍👏👏😘😘
Gràcies guapo!
Tengo que hacer un acto de constricción. ; -( Desde que hay gemelas en la familia me he convertido en una pesada a quien se les salen los ojos cuando veo a similares por la calle. ¡Y si sólo fuera eso! Me acerco, pregunto, hago el «mono» con las peques, y no las saco del cochecito porque no es políticamente correcto. En fin… para que decir más. De ahora en adelante me comportaré con más indiferencia aunque por dentro, tanta represión sea agotadora. 🙂