Continuando con el tema de autoridad, toca hablar de los famosos premios y castigos. Y digo famosos porque ¿quién no ha recibido o ha aplicado uno? ¿Cuántos libros de educación conoces que no hablen de este tema? Ahora bien, la cuestión es, ¿son útiles en la educación? NO. Ni los premios ni los castigos sirven para modificar conductas ni para educar. Ahora veremos por qué, aunque antes quiero dar de nuevo las gracias a Carlos González por aclararme en su conferencia algunas de las dudas que tenía al respecto.
Premios
Muchas veces hemos oído hablar de que los premios son mejores que los castigos, lo cual no es tan cierto como parece. Claro que son más agradables, de eso no hay duda, pero no estamos hablando de si son o no agradables, sino de si educan o no. Y los premios, según estudios científicos no funcionan. Esto se sabe desde hace ya unas cuantas décadas, pero como tantas otras cosas parece que no interesa que se sepa y se ignora descaradamente esta información.
Lo primero de todo es que para que un premio funcione, debes seguir dándolo, con lo cual se produce un importante efecto rebote. Si prometes un premio a tu hijo o a tu hija para que estudie y saque buenas notas, lo que estás incentivando no es que estudie y que adquiera ese hábito, no le estás motivando, lo que estás logrando es que estudie para conseguir ese premio, con lo cual, la próxima vez que quieras que estudie, tendrás que volver a darle un premio o no tendrá ningún interés en ello.
Un ejemplo, a ti te pagan por ir a trabajar, y tu sueldo se puede considerar un premio, ¿con cuánta motivación vas cada día al trabajo? ¿Vas feliz o sientes la obligación de ir? ¿Irías si no te pagaran? Lo que estás deseando es que llegue el fin de semana o las vacaciones para escaquearte, ¿me equivoco? Ahora bien. ¿Tienes algún hobbie? ¿Pagas por ir a clase de pintura, de natación o de cocina, por poner un ejemplo? ¿A que vas con otra motivación? ¿A que te hace más ilusión que el hecho de ir al trabajo? Pues analiza un momento, aquí no te dan premio, pagas tú por ir.
Otros problemas del premio
Muchas veces premiamos algo bueno con algo «malo». ¿Qué mensaje es ese? No puedes comer chuches porque no es bueno para ti, pero si recoges tu habitación te doy caramelos. ¿Perdona? ¿Qué estamos transmitiendo con este gesto? No lo pensamos, lo hacemos de forma automática, porque es lo que hemos aprendido y lo que tenemos bien interiorizado, pero piénsalo un poco, sólo un poco. ¿A que no te cuadra mucho?
Entonces mejor darle algo bueno como premio, ¿no? Ah, vale, que ahora a tus hijos les das las cosas buenas (que les tienes que dar simplemente por el hecho de ser tus hijos) porque se las han ganado como premio… Esto tampoco cuadra mucho, ¿no crees? Bien, ¿entonces qué les das de premio? ¿Atención? Peor me lo pones, esto es algo que se han ganado sólo por nacer, por ser tus hijos o tus hijas.
El premio, como bien mencionó el pediatra en su charla, reduce el valor moral del acto. Cuando ofrecemos un premio el mensaje que enviamos es que no confiamos en que lo haga y cuando lo ha hecho ya no puede reconocer si lo ha hecho por el premio o porque realmente quería hacerlo. Y esto hace que desconfíe de sí mismo. Y lo realmente importante es que aprenda a disfrutar, que se de cuenta de que hace las cosas porque disfruta, porque le satisfacen y no porque hay un premio a la vuelta de la esquina.
Hay un premio que sí funciona, y está demostrado. El inesperado. El premio sorpresa estimula a repetir ciertas acciones. Un ejemplo, el bingo, las máquinas tragaperras, si cada vez que echaras una moneda te devolviera otra moneda no funcionaría, pero echas y echas y un día te da un premio (si lo piensas bien menos de lo que te has gastado). O la lotería. Pongo estos ejemplos porque todos alguna vez hemos echado una moneda a una máquina o comprado un décimo o un cupón. De hecho, ¡son tan eficaces que provocan adicción! Son realmente estimulantes.
Mi pregunta viene ahora: ¿quieres esto para tus hijos? A mí me parece algo maquiavélico, una forma de manipulación realmente tirana. Y, además, un poco insultante, porque si a mí mi marido me dijera, cielo, como has fregado muy bien los platos te voy a llevar al cenar como premio. Igual los platos recién fregados acababan en su cabeza 😉 Pues eso es lo que les hacemos a nuestros hijos repetidas veces.
¿Qué pasa? ¿Que no puedes llevar a tu peque de excursión si no ha estudiado lo suficiente? ¿No vais a ir de vacaciones si no aprueba? ¿No es mejor cambiar la frase? «Se nota que te has esforzado mucho este año. Ahora que tenemos tiempo libre porque se ha acabado el curso, ¿te apetece que hagamos una excursión?»
Te crees que tu bebé de seis meses te manipula porque llora para que lo cojas en brazos cuando los maestros de la manipulación somos nosotros. Lo siento, las verdades duelen. Ahora a reflexionar.
Castigos
¿Qué pasa con los castigos? Pues que no sirven para educar. El castigo puede obtener la obediencia, inculcar el miedo, pero nunca, nunca, logrará que te ganes su respeto. Sumisión y respeto son dos términos incompatibles.
¿Has pensado por qué se castiga a un adulto? Sólo le le castiga por acciones realmente graves, y siempre después de un procedimiento legal (por ejemplo, un juicio), en el que tiene derecho a ser defendido y a pesar de eso puede reclamar después. Es decir, que se le puede reclamar hasta a un juez después de cometer un delito pero no dejas que un niño te replique porque no ha recogido su cuarto.
El castigo es humillante.
Entonces… ¿les dejamos que asuman las consecuencias de sus actos? Pues depende, a veces mejor evitar, pues las consecuencias pueden ser demasiado graves, como por ejemplo, no puedes dejar que juegue con un cristal y esperar a que se corte para que aprenda las consecuencias. Le retiras el cristal diciéndole de forma clara (y en tono normal, ¿eh? no hace falta el grito si oye bien), te lo quito porque es peligroso. Punto, tampoco hay que dar más explicaciones. Y si llora, pues es normal, simplemente está demostrando su desacuerdo, en ese caso se acompaña el llanto. Las consecuencias al final son como otro castigo. Mejor usarlas solo cuando el resultado no sea importante, cuando sean consecuencias leves.
¿Qué es entonces lo que puedes hacer para que tus hijos te hagan más caso?
Tener siempre una actitud positiva hacia ellos, de esta forma les estás enseñando con tus actos cómo actuar y comportarse. Por ejemplo:
- Alabar y animar cuando se esfuerza con algo
- Pasar más tiempo con ellos (tiempo de verdad)
- Mostrarles mucho afecto
- No recurrir mucho al castigo (o nada 😉 )
- Hablarles con amabilidad
- Dar las órdenes bien formuladas
- Tener una buena comunicación
- Compartir actividades agradables
- No hablar mal nunca de ellos
Sé que la teoría es fácil, que lo complicado es llevarlo a la práctica. A veces estamos cansados, agotados, estresados… Pero no podemos volcar nuestro estrés ni nuestras frustraciones en nuestros hijos, ellos sólo se merecen lo mejor de nosotros mismos. Tu amor incondicional, tu comprensión, tu atención, tus sonrisas y tus besos. Eso y tus actos es lo que educa a tus hijos.