Hace algunos días, te hablé sobre la autoridad y te dejé alguna pequeña pincelada sobre cómo ceder con elegancia o dar las órdenes. En el artículo de hoy voy a entrar en profundidad en cómo debes dar éstas para que tus hijos te obedezcan y explicarte por qué a veces no lo hacen (aunque se lo hayamos dicho un millón de veces).
Órdenes bien formuladas
La primera premisa es que las órdenes se obedecen cuando están bien formuladas. No somos conscientes, pero como animales sociales que somos (sí, somos animales, que no se te olvide), vivimos en un intercambio continuo de órdenes, lo que ocurre es que estas órdenes están tan bien dadas que a veces ni nos damos cuenta. Sin embargo, a quien peor les damos las órdenes es a nuestros hijos. ¿Te lo has planteado alguna vez? ¿Le dirías a tu vecino que retirara la basura del descansillo (por enésima vez) como le dices a tu hijo que recoja su cuarto? ¿Es que acaso quieres más a tu vecino o se merece más tu respeto que tu propio hijo?
Una vez leí una frase de Carlos González (y luego se la escuché en una ponencia) que me erizó todo el bello y se me grabó a fuego: “Tratamos a nuestros hijos como jamás trataríamos a ninguna otra persona”. La frase tiene tela, yo de ti me pararía un momento a pensarla o me la apuntaría para dedicarle un rato después, merece una profunda reflexión. Pero es que encima luego nos extrañamos de que protesten o se enfaden y acabamos nosotros también enfadados.
La autoridad sigue siendo tuya
La segunda premisa, es que cuando un niño pequeño pide algo pataleando o gritando, (especialmente cuando lleva un rato intentando pedirlo de otras formas pero no le entendemos o lo ignoramos), lo hace porque no tiene otros recursos para hacerlo. Un bebé llora cuando quiere comer porque no sabe decir “tengo hambre”. Un niño patalea cuando le quitan sus juguetes porque no sabe expresar que son su propiedad más preciada y le preocupa que se lo rompan (¿a que tú te pensarías el dejar tu iPhone?). Que hagan esto no significa que quieran tomar el control o el mando de la situación. Significa simplemente que quieren algo puntual. Vas a seguir mandando aunque cedas a su necesidad o requerimiento en ese momento.
¿Obediencia absoluta?
No esperes que tu hijo te obedezca absolutamente siempre porque no lo hará. Nadie obedece siempre. Es imposible. ¿Cuántos semáforos en rojo te has saltado aun sabiendo lo peligroso que era y la multa que te podía caer? ¿Cuántas veces has comido en un sitio que estaba prohibido o has utilizado tu móvil donde no debías? (Y podría seguir…) Ahora tú, con tu razonamiento aplastante podrías decirme, vale, pero es que yo soy una persona adulta. Y yo te contesto, vale, tu hijo es una persona, pequeña, pero eso no lo hace menos persona. Tiene las mismas necesidades que tú. Es más, no entiende tanto como tú las consecuencias, por lo que su forma de desobedecer es más inocente que la tuya.
Cuestión de memoria
Otro aspecto muy a tener en cuenta es que los niños tampoco tienen memoria absoluta. Y con esto, lo que quiero decir es que sí, tienes que repetirle cien veces lo mismo. Todos aprendemos por repetición, aprendiste a sumar porque hiciste miles de sumas, y olvidaste los afluentes de los ríos porque nunca más los repetiste. Pues a tus hijos les pasa igual, se le olvidan muchas de las cosas que les dices (son taaaaantas al cabo del día… ¡que es normal!). Y no es por nada, pero a los adultos también nos lo tienen que recordar, ¿o a ti te vale con que te digan una vez que en la puerta que hay a la vuelta de la esquina no se puede aparcar? Necesitas un Vado para recordártelo, ¿a que sí? Igual si delante de la zona de rayos del hospital quitan el cartel de prohibido móviles se te olvida que no puedes usarlo, ¿verdad? Pues lo mismo les pasa a ellos. Las órdenes hay que repetirlas (bien dichas) las veces que sean necesarias.
La fórmula
No es necesario que amenaces a tus hijos cuando les des una orden. No hace falta. Basta con que se la des bien formulada.
Puedes pensar que cuando tu peque te mira para hacer algo que no debe con la sonrisita es porque te está desafiando. No. No es así. Simplemente está esperando que le des permiso, lo que pasa es que sonríe porque a diferencia de los adultos, piensa que de buenas se consiguen más cosas. Espera que apruebes su hazaña o simplemente que le des instrucciones para “obedecer mejor”, porque igual no puede pintar en esa pared, pero a lo mejor en la de al lado sí.
Necesita que se lo digas y por eso te mira. En lugar de gritar, amenazar o ponerte cual poseído por el mismísimo diablo, mejor ponte a su altura y dile, aquí no puedes pintar, pinta en el papel (señalando el papel). Si persiste, retírale amablemente las pinturas. “Tengo que guardarlas porque aquí no se pinta”. Punto. Protestará, es normal, no te enfades, mejor dile que lo entiendes. Un llanto escuchado hace que uno se sienta mejor. Haz uso de tu empatía y ponte en su lugar. Piensa cómo te sentirías tú y cómo querrías que actuaran contigo.
Las órdenes han de ser directas y concretas (lo cual no significa que se digan con un tono de enfado). Y no han de dar lugar a elección, a veces no nos damos cuenta pero si metes una muletilla del tipo “¿vale?”, “¿de acuerdo?”, tú ya le estás dando la posibilidad de no obedecer. Tampoco tienes que preguntarle, “¿te lavas los dientes?”, dile “lávate los dientes, por favor”. De lo contrario te puede contestar que no con toda la razón del mundo 😉
Con los más pequeños tendrás que recurrir a tu imaginación, el juego o la complicidad. Es el único lenguaje que entienden. No puedes decirle a un bebé de doce meses todo serio que lo vas a vestir porque sí y esperar a que se quede quieto, saca tu repertorio de canciones, haz el tonto y ríete con él, será la única forma de que te haga un poco de caso y se deje vestir. Y esto también sirve para otras edades, volver a ser un niño no te hará perder autoridad, hará que te hagan más caso y que todo fluya con una mejor armonía.
Si lo que te preocupa es dónde poner los límites o cómo afrontar las rabietas, no te preocupes que otro día (muy pronto) hablaremos sobre estos temas.
Por último, recuerda siempre que lo estás haciendo fenomenal. No te culpes si un día no te sale tan bien como esperabas (hay días más difíciles), lo que queda es lo que ocurre con más frecuencia. Y no te culpes, céntrate en lo que haces bien, que seguro que son muchas más cosas que las que te salen peor. Nadie es perfecto. Ni siquiera los padres. Ni siquiera los hijos.
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