Había escuchado que tener hijos te cambiaba la vida. Lo que no sabía era el nivel de transformación que iba a sufrir mi persona. Creía que cambiaría nuestra vida de pareja, el día a día, ¡no que yo sufriría una metamorfosis! Y, la verdad, ha sido una agradable sorpresa (a pesar de los “daños colaterales”). Esta transformación ha ocurrido en todos los aspectos de mi vida, aunque hoy aquí me voy a centrar en el laboral.
Mis (equivocados) planes de futuro
Cuando finalicé la carrera, en mi afán por encontrar un trabajo lo más rápidamente posible, acabé haciendo un curso de algo que me llamaba la atención (tal vez porque estaba de moda y parecía una salida fácil y rápida) pero que con los años he descubierto que no me llena en absoluto. Cuando me preguntaron cómo me imaginaba al cabo de diez años dije que dirigiendo un departamento de Recursos Humanos en una empresa importante (y grande), a esas alturas ya había olvidado los motivos por los que había estudiado Psicología (una pena). Ser directiva de una gran empresa me parecía interesante, y a lo menos que debía aspirar para hacer algo importante con mi vida. En esa época ya había dejado de sentir para sólo pensar y dejarme llevar por una sociedad que exige mucho más de lo que da.
Un tren que he dejado escapar (con todo el gusto del mundo)
Han pasado esos años (y alguno más) y lo más de cerca que veo un traje de chaqueta es en las bodas o cuando paseo tranquilamente por las mañanas con las niñas. No, no estoy al frente de un gran departamento de Recursos Humanos, no gestiono personas, no gano un gran sueldo y no he cumplido lo que creía que era mi deseo. Y no, no me siento fracasada. Las circunstancias económicas que todos conocemos provocaron que me apeara del tren de la vorágine laboral y empresarial y lo que yo pensaba que sería una parada corta, ha dejado de serlo, porque con las experiencias que estoy viviendo, he decidido que no quiero volver a subirme a ese tren.
Hace años los mensajes que recibía eran: estudia, sé alguien importante, trabaja, trabaja mucho y gana mucho dinero para poder comprarte una casa, etc… (no voy a seguir), por suerte, aunque mis padres me decían frases parecidas a estas, en realidad me enseñaban otras con sus actitudes y ese poso está ahí, en mi persona (y con un gran peso, dicho sea de paso). Hoy, disfruto de mi día “slow”, de no llevar reloj, de poder pasear buscando rayitos de sol mientras empujo un carrito, de jugar al escondite entre las columnas de mi placeta, ir casi cada día al parque, montarme en una moto que no levanta del suelo más de 20 cms. con un bebé de 20 meses en mi regazo, de leer y leer cuentos, de correr detrás de dos enanas que con sus risas llenan todo mi espacio, y un montón de actividades más. Sé que soy una afortunada, que es un lujo poder vivir lo que estoy viviendo, pero esta suerte me la he ganado a cambio de renunciar a otros privilegios, pues al final la vida es cuestión de prioridades.
Podría haber vuelto a buscar un trabajo similar al que tenía anteriormente, ¿pero para qué? ¿Para poder comprarme ropa (que sólo me voy a poner para ir a trabajar), comprarme un coche de alta gama (para ir a trabajar y poco más), meterme en una hipoteca de un piso que me ate para siempre en la misma ciudad…? En definitiva, ¿ganar un dinero que apenas voy a tener tiempo de gastar y llegar a casa cansada, con estrés y que a mi hija la cuiden otros? Pues esta opción ha dejado de convencerme. Tal vez cambie dentro de unos años, pero he preferido reorientar mi vida, hacer trabajos que me gustan y me satisfacen aunque económicamente me reviertan menos beneficios. Pero es que he descubierto que así soy más feliz. Vivo alejada de ese mundo de adultos en el que hay quien te mira por encima del hombro, quien te tira los balones, quien te pisa para subir más alto que tú, quien te exprime física y emocionalmente a cambio de unos cuantos euros, quien dispone de tu tiempo (laboral y personal), quien critica todo el día a los compañeros, quien te critica a ti cuando te das la vuelta, quien te exige cien veces más de lo que te da…
Cierto es que puedo hacer esto porque no soy el sueldo principal de la familia, sino el complemento, pero tenemos claro que preferimos renunciar a ciertos lujos para tener otros privilegios. Visto como en mis años de instituto (con ropa-cómoda-informal-lo-primero-que-saco-del-armario), mis temas de conversación se han reducido a tres o cuatro, mi capacidad mental ha encogido al menos un 50%, lo más cerca que ando de la actualidad me lo chivan las redes sociales, leo cuentos en lugar de libros de adultos, pero soy más feliz que en la época en la que trabajaba en una gran consultora. Mucho más feliz. Y me siento más realizada. Mucho más.
Mi realización personal
Ahora me rodeo de niños, principalmente de mi hija y de M. con la que hago de madre de día. Ellas son todo bondad, inocencia, no conocen el desaliento ni la envidia. Su nobleza es tal que pueden estar peleándose y a los cinco segundos dándose besos y abrazos como si nada hubiera pasado. Estas dos niñas me dan mucho más de lo que me han aportado mis años de carrera profesional. No gestiono recursos humanos, gestiono emociones, conflictos, pañales… Mi responsabilidad es mucho mayor, porque en lo que se convierta mi hija depende en gran medida de lo que yo le enseñe ahora, de mi ejemplo (junto con el de su padre), de lo que viva ahora, de lo que juegue, de cómo aprenda a manejar sus emociones, de cómo descubra el mundo. Y yo quiero estar ahí para ella, para aprender más que enseñar, para darle la mano cuando lo necesite, para acompañarla, para darle seguridad y protección a la vez que fomentar su autonomía. Y, sobretodo, para darle todo el amor que he estado guardando y generando para ella.
Tengo claro que cuando pasen estos primeros años no voy a intentar volver al mundo empresarial como lo he vivido hasta ahora, recuperaré mi rapidez mental (eso espero), volveré a tener más temas de conversación y a tener tiempo para mí y para enterarme de lo que ocurre en el mundo, pero seguiré reinventándome lo que sea necesario para ser feliz y disfrutar de cada momento. Mientras no lo necesite para sobrevivir, no hipotecaré mi tiempo para tener una casa mejor o vestir ropa más cara. El día que me muera, lo único que me llevaré conmigo será lo que quepa en mi corazón y eso no son ni una gran casa, ni joyas y menos aún un gran coche. En él sólo tendrán cabida los recuerdos, los momentos vividos y el cariño de las personas a las que he amado. Gracias Adriana por enseñarme lo vital de la vida.
Vive como te apetezca y disfruta de lo que te haga feliz. A mí me da igual lo que piensen los demás 😀
Besos :-*
¡En ello estamos, Anabel! Gracias por comentar, ¡un beso!