Lo reconozco, la impuntualidad es algo que me pone frenética, o por lo menos lo hacía, siempre más allá de los 5 o 10 minutos de cortesía que damos por aquí para que alguien llegue a la cita. Siempre me había preguntado ¿Por qué la gente llega tarde? ¿No ven que es una falta de respeto a la persona que espera? ¿No ven que quizá esa persona ha dejado de hacer cosas para llegar puntual? ¿Su tiempo vale más que el nuestro? Bueno, todos estos pensamientos los tenía antes de tener a mi hija y comprobar por mí misma que era incapaz de llegar puntual a ningún sitio, por mucho que hiciéramos equipo, por mucho que nos pusiéramos en marcha 2 horas antes, por mucha planificación del día anterior, siempre, siempre íbamos tarde. Y no los 5 o 10 minutos de cortesía no, nuestro récord (de prontitud) estaba en un mínimo de 50 minutos tarde, el día que nos esforzábamos de verdad.
Lo mejor es que la gente es más comprensiva y menos neurótica que yo respecto a la impuntualidad 😉 así que al principio todo era “No pasa nada”, “Es una fase”, “Es normal con una niña pequeña”, «Cuando lo tengáis por la mano saldréis en 5 minutos de casa” pero los meses fueron pasando, y los años, y me di cuenta de que la gente (y yo misma) dejó de tener expectativas respecto a nuestra puntualidad familiar, simplemente ya sabían que nuestra media era de un mínimo de 50 minutos tarde y nadie esperaba más.
Es más, nuestra hija tiene ahora más de 3 años, hace mucho ya que no lleva pañal, que habla a la perfección, se viste sola, come sola y un largo etcétera de niña independiente, pero aún así llegamos tarde, porque la situación siempre es más o menos la misma. Estamos en la puerta con lo puesto, pero ella no deja de tener 3 años, vamos a un sitio “aburrido” y pienso en que necesitamos distractores de forma urgente, así que cuando estamos en la puerta caigo en coger algunos lápices, libreta y muñequitos varios. Volvemos a la puerta. “¿Has cogido protección solar?” “No, ¿Dónde la pusiste?” “No sé, la guardaste tú” y vamos a la búsqueda, la encontramos, al bolso. “Cogemos una gorra también, ¿No? Hace un sol…” volvemos a entrar. Salimos, en la puerta, “Has cogido agua” “No, ¿Y tú?” “Tampoco” volvemos a entrar, cogemos el agua, volvemos a la puerta. “Ay, de ir pensando en las necesidades de la enana me olvidé el móvil y las gafas de sol, un segundo”, volvemos a la puerta y así en un círculo interminable, que me hace pensar que nunca más volveré a ser la que era.
No sé si es normal, no sé si tenemos excusa una vez pasada la guerra de pañales, leche, vómitos, cacas, baberos, ropas de recambio, chupetes, cochecito, mordedores, juguetitos, papillas… lo cierto es que es una realidad y os confesaré algo, no todos los que tienen bebés son tardones, y os confesaré algo más: Tener una bolsa preparada con los básicos siempre a mano, acorta la ardua tarea de salir de casa, no os vayáis a pensar que la organización no ayuda 😉 Ah, y hemos bajado nuestro mínimo de 50 a 10 minutos tarde, por lo que quizá haya esperanza después de todo…