Muy probablemente pienses que cuando tu hijo o tu hija, tenga la edad que tenga, viene con un problema tú escuchas atentamente. Pero si yo te hiciera algunas preguntas, tal vez tendrías que replanteártelo 😉 Porque en realidad lo importante no es que tú le escuches o creas que lo haces, lo realmente esencial aquí es que él o ella se sientan escuchados.
Las «malditas» reacciones automáticas
Voy a ello, ¿haces algunas de estas cosas?
- Dirigir, mandar, ordenar. Es decir, te cuenta lo que le pasa e inmediatamente le dices lo uqe tiene que hacer.
- Dar lecciones. Porque claro, por tu experiencia tú sabes mucho más…
- Amenazar y/o prometer. «Como le vuelvas a hablar me voy a enfadar contigo».
- Sermonear. Que si ya te lo dije, que si es que no escuchas, bla, bla, bla.
- Dar consejos. Yo diría, yo haría, lo que podrías hacer es, bla, bla, bla (otra vez 😉 ).
- Dar ánimos o consolar quitando importancia al problema. El no te preocupes nos sale automático (y lo sabes 😉 ).
- Estar de acuerdo (o no). Tienes razón, hija.
- Tú más/Tú también. Yo también estoy cansada. Pues a mí me duele más que a ti y no me quejo.
- Interrogar. Hacer un montón de preguntas para recabar información (y después hacer cualquiera de las otras).
- Solucionarle el problema, sin dejar que se responsabilice o que tenga la oportunidad de encontrar su propia solución.
- Cuestionar lo que siente o piensa y demostrarle lo absurdo que es. ¿De verdad crees que todos esos niños te estaban mirando precisamente a ti?
- Interpretar o atribuirle una intención oculta. Tú me estás contando esto porque en realidad no quieres hacer los deberes.
- Desviar el tema. ¿Y si mejor nos vamos a merendar a la pastelería?
No lo niegues. Hacemos esto continuamente, con niños y con mayores porque es lo que nos han enseñado. No sabemos escuchar, creemos que cuando alguien nos cuenta un problema nuestro deber moral es darle la solución y, la mayoría de las veces, por no decir siempre, lo que espera el niño o la niña (incluso la persona adulta) es que le escuches. Simplemente. Desahogarse, sentir que alguien le escucha y le entiende. Necesitan una escucha activa.
Y ahora pensemos en un bebé, cuando llora ¿qué haces? ¿Lo agitas para calmarle, le cantas, le dices «mira ese pajarito que vuela por allí», o «toma esta golosina», o «no llores que no es nada»? Cualquiera de estas reacciones está manifestando que no le estás escuchando. El llanto es una forma de comunicación, de hecho la única forma de comunicarse que tiene un bebé, a parte de señalar, pues no puede hablar. Cuando llora es porque el pasa algo y te lo está haciendo saber. Decide si prefieres consolarlo, distraerlo o acompañarle en su llanto.
¿Qué es la escucha activa?
Se trata de escuchar con todos los sentidos. Escuchar y aceptar lo que tu hijo o hija te están contando. Aceptar que lo que te dice que está sintiendo, por muy exagerado que te parezca, por mucho que creas que tiene una fácil solución, es algo que le está haciendo sentir mal. Y después hacerle ver que lo aceptas. ¿Cómo? Haciendo estas tres cosas
- No haciendo nada. Es decir, no manifestar ninguna de las reacciones «automáticas» que te he mencionado anteriormente.
- Escuchando. Pero escuchando de verdad, no con la mente en el problema que tienes con tu jefe o en que la casa está patas arriba, o no has sacado al perro.
- Descodificando. Descodificar es ponerse en el lugar del otro para intentar saber qué está sintiendo y reflejar la situación. De esta manera tu hijo o hija puede confirmar que es eso lo que siente o corregirte. Así también le ayuda a entender lo que siente y por qué lo siente. No se trata de acertar a la primera, sino escuchar esa corrección para poder seguir reflejando. Mejor lo vemos con un ejemplo:
Tu hija llega del cole llorando porque ha suspendido un examen por copiar. Y te dice que no es justo.
―Estás enfadada porque has suspendido (es lo que tú has interpretado)
―No, porque dicen que he copiado.
―Y tú no has copiado.
―No. Ha sido XX (su compañera de pupitre).
―Te decepciona que hayan pensado que has sido tú y no ella.
―Lo que me enfada es que ella se ha callado. Yo pensaba que era mi amiga.
―Ya… no se ha portado como esperabas.
Aunque parezca algo frío o mecánico, de esta forma se puede ir dando cuenta de lo que siente y por qué. Si de primeras le sueltas que ya le habías advertido, o que vas a ir a hablar con el profesor o que la próxima vez no deje que se siente a su lado, estás bloqueando la posibilidad de que entienda sus sentimientos, de que solucione el problema y de que se desahogue. Probablemente no se sentirá escuchada ni comprendida.
Distinto es cuando directamente piden consejo. Pero la mayoría de las veces damos por supuesto que lo están esperando y no es así.
Esto no es fácil, tenemos estos automatismos tan bien programados en nuestro cerebro que este ejercicio requiere un esfuerzo. ¿Merece la pena? Yo creo que sí.
¿Qué consigues con la escucha activa?
Que tu hijo o hija sienta que se le acepta, que se le comprende y además le ayuda a conocerse, expresarse y buscar sus propias soluciones.
Si te dedicas a sermonear, das consejos que no esperan, solucionar sus problemas de una forma que a ellos no les convenza, o les ordenas lo que tienen que hacer, igual acaban por no contarte sus problemas. Y luego tienes un adolescente en casa que no sabes ni lo que piensa 😉 Sí, creo que merece la pena este pequeño esfuerzo, ¿y tú? Escuchemos más y mejor. Por nuestros hijos e hijas.
¡Gracias y hasta la próxima!