Hace algunos años la posibilidad de tener un hijo o una hija me parecía muy, muy remota e inexplicablemente complicada, cargada de un nivel de responsabilidad extremo para el que nunca iba a estar preparada. Tenía alguna amiga más mayor con hijos y me asombraba que fuera CAPAZ de vivir con absoluta normalidad, CAPAZ de hacerlo todo tan bien, como si tuviera un manual de estilo con el que educaba a sus hijos a la perfección. Me tenía maravillada, pero pensaba que ella era una súper mujer única en su especie (que lo es 😉 ) y que simplemente tenía un don (que lo tiene 😉 ).
Pocos meses antes de que naciera mi primera hija, vino de improviso un aluvión (filosófico-hormonal-existencial) de dudas, de miedos, de vacilaciones. Corrí a los libros buscando respuestas, buscando un manual de estilo perfecto para mi hija igual que el que pensaba que tenía mi amiga. Leía subrayaba, memorizaba, pero al final me di cuenta aterrorizada de que en realidad no existe ningún manual de estilo, por que por mucho que planees, cuestiones, digas “yo nunca haría eso” (¡Qué gran error! ¡Nunca digas nunca, y menos con hijos! ) nada está escrito.
¿Por qué? Por que no te conoces lo suficiente. No sabes lo que es no dormir por meses ni lo que es escuchar llantos desgarradores a todas horas, no sabes lo que es un parto y tampoco lo que es la recuperación de éste. Te crees que conoces a tus hormonas pero ellas pueden contigo, arriba y abajo. Te crees que sabes qué es querer a alguien desinteresadamente con cada átomo de tu ser, pero eso lo descubres sólo cuando tienes un hijo, y si no ya me dirás 😉
Así que renuncié a mi manual de estilo simplemente porque vi que no existía ninguno, que las cosas INQUEBRANTABLES se quebraron todas, que acabaron funcionándome técnicas que nunca hubiera imaginado que podrían funcionar, que resultó que tenía más paciencia de la que jamás hubiera imaginado, y más miedo también y que era más resistente, más valiente y más llorona que nunca… En definitiva, el caos 😉
Pero algo he aprendido de todo esto, de mi búsqueda de esas grandes palabras en mayúscula que solemos buscar como padres y madres: EDUCACIÓN, VALORES, FUTURO, etcétera y que una vez me plantaron un nudo en el estómago pensando que no se podía estar a la altura de semejante reto. Y ese algo aprendido es que las cosas van paso a paso, que cuando nacen no necesitas EL PLAN EDUCACIONAL PEDAGÓGICO PERFECTO, entre unas cosas por que no existe, y entre otras, porque cuando nace tu bebé lo único que entra en tus planes es “limpia-caca”, “cambia-bodie”, “dale-teta” (o bibe), “péinate-esos-pelos-que-vienen-visitas”. Así que ya me dirás qué plan, qué gran guión hay allí ;-). Y si crees que con el tiempo la cosa cambia mucho, te equivocas. Los grandes retos son las pequeñas cosas de cada día, cuando se pelea en el parque por que no quiere compartir sus juguetes, cuando no hay manera de que se coma la fruta, su primer día de colegio, cuando te pregunta qué es la muerte o por qué existimos (¡Dios mío!) o cuando se te ocurre llevarla al museo de la ciencia con 3 años y decides que necesitas repasar unos cuantos conceptos para poder responder a esa gran mente despierta…
Así que como diría Bruce Lee…:
Be water my friend
O lo que es lo mismo, sé maleable, adáptate y asume que lo que es bueno para pepita o fulanita no tiene por qué ser para ti, que lo que al hijo del vecino le funciona, no tiene por qué funcionarle al tuyo, que lo que decía ese libro que descansa manoseado en tu mesita, no tiene por qué funcionar en tu caso, que las cosas son como la vida misma, se solucionan poco a poco, día a día, dando ejemplo, con paciencia, aprendizaje y adaptación constante 🙂
Acertadiiiisimo en todo! Te llenan de consejos que quizás a ti o a tu pequeño no le funciona, y al principio sientes fustración, pero poco a poco aprendes a que tu bebé es único!