Esta es la segunda vez que paso por la misma situación. El embarazo es algo que cada una de nosotras vive de forma diferente, unas más asustadas que otras, unas más ilusionadas que otras, unas más organizadas, otras menos, unas más ansiosas, otras más tranquilas… He visto de casi todo 😉
La primera vez que estuve embarazada todo era nuevo, fascinante, curioso, alegre, triste, aterrador… Creo que era capaz de pasar por todos esos sentimientos en menos de 5 minutos. Esta vez todo es algo más tranquilo, igual de alegre, igual de triste, algo menos curioso y algo menos aterrador, por lo que todo fluye de forma más natural.
Pero lo que sigue igual es ese sentimiento universal, ese titular que nos engloba de la “dulce” espera. Porque como todo es por una buena causa, no hay lugar para quejas, no hay lugar para dudas, reflexiones, temores o achaques. Aunque lo cierto es que dudamos, nos sentimos solas e incomprendidas, nos enfadamos con el mundo, nos arrastramos con los pies hinchados y doloridos, la espalda curvada, mirando el calendario, contando las semanas, los días, las horas, con los ojos cansados de no dormir. Yo soy de las que se quejan poco o por lo menos lo intentan, sobretodo para no tener que dar explicaciones cada 5 minutos a todo el que te pregunta. Es más práctico responder con un “bien” y una sonrisa forzada mientras intentas mantenerte erguida a pesar de ciáticas y lumbagos que sacar tu lista de achaques.
Y aunque es verdad que todo es por una buena causa, que el embarazo es algo mágico y único que quizá sólo vivas una vez en la vida o que siempre puedes estar peor, también es verdad que hay momentos duros en los que sólo quieres que todo acabe, y en los que la “dulce” espera se transforma en “eterna” espera, en los que parece que nunca va a llegar ese momento, en los que vagas cual fantasma por la habitación de tu futuro bebé, que ya huele a bebé porque has lavado toda la ropa, está perfectamente plegada en algún lugar, miras la cuna, el cambiador, el cochecito, todo estático, esperando ser ocupado. La maleta del hospital, los primeros regalos del bebé, tan inertes y artificiales sin ningún niño que juegue con ellos, suspiros y más suspiros… y eterna espera.
Tras esta doble experiencia por fin he aprendido a reivindicar el derecho a quejarme cuando estoy harta, el derecho a compartir achaques y dudas, a saber la verdad, a compartir todas las facetas de esta mágica experiencia, a poder decir en voz alta que esta espera es eterna, que tengo calor, que duermo mal, que me duele todo, que quiero ver esa cara que he cuidado, alimentado y transportado conmigo a lo largo de 280 días. Porque no somos súper heroínas, bueno sí lo somos 😉 pero no lo somos menos por decir la verdad de vez en cuando. Así que búscate unas buenas y comprensivas orejas, unas compañías bien empáticas, unos brazos siempre dispuestos a cargar con tus penas y a darte un empujoncito cuando lo necesites, lo vas a necesitar, y cuando menos lo esperes, por fin, llegará.
Ya queda poco, así que mucho ánimo que vas por el sprint final 😉
El artículo, super inspirador para toda futura mamá que sienta lo mismo.